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El Segundo Domingo del Mes de Tut: El mayor mandamiento es el amor
Y con el Hijo se manifieste la paternidad del Padre Celestial a la Humanidad
En el segundo Domingo de este mes, Dios el Padre visita al hombre en su encuentro con su Hijo para manifestar su paternidad.
La lecturas de la oración de la víspera: el Salmo de David dice:
“Mi escudo está en Dios, Que salva a los rectos de corazón.” (Sal. 7. 10).
Aún los demonios testigan de la filiación del Cristo que es nuestra:
“También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios.” (Lc. 4. 41).
Las lecturas de la oración de la mañana: el Salmo de David dice:
“... ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal. 8. 4). El Hijo de Dios se convirtió a ser Hijo del Hombre para visitar al hombre. Como el Hijo del Hombre, se levanta muy de mañana y ora para nosotros: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” (Mr. 1. 35).
San Pablo recibió del Cristo la tolerancia y la paciencia para la salvación de los escogidos y les entregó a Timoteo; diciendo: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quien he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.” (2Ti. 1. 12-14). “Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” (2Ti. 2. 10). Por eso el Cristo vino para entregarnos el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.
La Epístola de los Hechos de los Apóstoles dice: “Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor.” (Hch. 11.23).
Las lecturas de la misa: el Salmo de David dice: “El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; y en tu salvación, ¡Cómo se goza! Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios.” (Sal. 21. 1-2). El deseo del hombre (el rey) se realizó en el encuentro con el Cristo por eso se regocijó con la salvación. “...muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron...” (Lc. 10. 24).
Lo que se adelantó era un prefacio para el encuentro con el Cristo como lo explica el evangelio: “...Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre; sino el Hijo; y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oir lo que oís, y no lo oyeron.” (Lc. 10. 21-24).
Así se agradó el Padre por el encuentro del Padre con los hombres en su Hijo para revelarles la paternidad del Padre. Por tanto con el Hijo se manifiesta la paternidad del Padre a nosotros, por eso el Señor Jesucristo da la bienaventuranza a los ojos que vieron el Hijo El Verbo en quien se encuentra Dios con los hombres; “muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oir lo que oís, y no lo oyeron.” (Lc. 10. 24).
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños.” (Lc. 10. 21).
El Hijo se regocija, Dios el Padre se agrada y el hombre se alegra con la salvación (el salmo) con el arreglo del Padre en el encuentro con el Hijo. Después les deposita el mayor mandamiento: “...Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” (Lc. 10. 27).